Infancia, la felicidad de la inocencia.



Categóricamente puedo afirmar que formo parte de la última generación que tuvo acceso a los juegos de mesa, Palé, Monopoly, Hotel, Conecta 4, Cinexin, Meccano, Los Clics de Playmobil, cartas, dados, dardos, bicicletas, etc etc

En el colegio era de los me que pasaba horas y horas en el patio dándole golpecitos a cromos para ver quién era capaz de darle la vuelta a más, inventábamos nuevos juegos, le dábamos la vuelta a los ya existentes, buscábamos miles y miles de formas para entreteneros en nuestro momento de tiempo libre.

En los veranos mis abuelos me llevaban a la casa que tenían mis padres en el Empordà, Albons, en la que pasaba los meses de Junio y Julio. En la urbanización nos juntábamos una buena troupe de enanos dispuestos a rasgar cada una de nuestras neuronas con un único fin, divertirnos.

Construyamos nuestras propias rampas para hacer todo tipo de piruetas con la bicicleta, una BH California de color rojo con suspensión central con la que hacía verdaderas maravillas en mi época de goma, ya saben, caídas que no duelen. Montábamos cabañas e inventábamos roles, yo siempre era el soldado raso, era el pequeño del grupo, normal. Nos montábamos circuitos con los que hacíamos verdaderas maravillas con monopatines. Ideamos “escopetas” con pinzas de colgar la ropa, los padres, se iban turnando, nos llevaban de excursión, no importaba la excusa, desde ir a buscar madera para la barbacoa, como ir de visita a un paraje natural de jabalíes; en definitiva nos buscábamos la vida con una única meta, divertirnos.

Yo era un torbellino, no podía parar quieto, la hora de la comida era una tortura para mi, deseaba con todas mis fuerzas comer los postres para salir a la calle y seguir jugando…salía de casa corriendo e iba a picar a casa de unos de mis amigotes, no Guillem que toca hacer deberes…arhg…vacaciones Santillana, lo odiaba je je je, cumplía y luego tenía mi dulce. Todo tiene un precio en la vida, la diversión también.

Hoy en día, veo poco de ello. Veo una hilera de niños enganchados como burritos a máquinas que ni yo mismo se como funcionan, que no son capaces de relacionarse entre ellos, veo enanos regañando a sus padres, muertos de vergüenza valga la redundancia.

Me da miedo pensar como subirán las próximas generaciones, que bajo mi humilde punto de vista están perdiendo el tiempo con máquinas absurdas que les comen las neuronas antes de tiempo.
Siento falta de valores, de imaginación, de perspicacia, de callejeo, todo ello adornado de unos padres que, faltos de tiempo, atontan a sus hijos, con cualquier aparato infame, para disfrutar de unos minutos de silencio tras una dura jornada de trabajo.

Soy consciente de la suerte que he tenido, ya no por unos padres que defendieron el poder de la imaginación antes que comprarme una maquinita absurda con la que matar el tiempo, sino por haberlo vivido. Creo que he tenido, en ese sentido, una infancia tremendamente feliz.

Deseo con todas mis fuerzas, que si algún día tengo que educar a un monstruito, sea capaz de reafirmar cada una de estas líneas que un servidor relata con pasión, melancolía, dulzura y amor.

Que viva la inocencia de la felicidad ¡!!

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